feliz 2025
Tengo un secreto: ninguna canción, película o evento de vida me hace llorar como Auld Lang Syne. Incluso ver el nombre impreso detona un escalofrío en mi piel, en todo mi cuerpo, y sé que debo escapar de los acordes iniciales o me pondré como magdalena. Tomarse un trago a la salud de los viejos tiempos, ¿cuáles? Yo no tengo ese tipo de nostalgia cómplice con nadie, no hay viejos tiempos ni hacha que enterrar. Pero no me es raro sentir más por otros que por mí misma, como si pudiera percibir universos alternos, como si mi día a día estuviese poblado por espectros latentes que a veces me asaltan.
¿Por qué será que la oda a una amistad enfriada se volvió en icono del fin de año? Algún día quizás tenga esa apreciación por el camino recorrido, pero ahora, aunque algunos aspectos sean objetivamente mejores, no puedo negar que el pasado fue tan espinoso y dolorido como el presente, que sigo igual pese a no ser la misma. 2024 fue mejor para mí y peor para el mundo; puse en orden mis finanzas, empecé a tomar las riendas de mi vida, a darle forma a lo que quiero. Me llegué a sentir más adulta y más autónoma. No sé si empecé a “sanar”, pero he actuado con más agencia que antes. Tomé decisiones sin esperar la aprobación ajena, y por ahí alguno de los mentados límites se fue dibujando, poco a poco. Mientras tanto, el mundo hierve. Los fascistas saliendo hasta por debajo de las piedras, el colapso climático... Nadie ha cambiado, ese es es el problema en realidad; que muchos de nosotros simplemente abrazamos lo que nos conviene a corto plazo y de forma acrítica. Los fines de año siempre me deprimen, pero conforme avanza el tiempo la sensación de perdición inminente se intensifica, y viene acompañada de evidencia irrefutable. Mis miedos tienen justificación, mas nadie quiere hablar de ellos. De nuevo, como Casandra, oigo al desastre tocando a la puerta, y nadie me ayuda a ponerle candado. Estoy sola; ¿qué ha de hacer una sola persona ante esto? Una persona agotada, con discapacidades invisibles, que recién se pone al corriente con la vida… Este párrafo iba a recalcar la necesidad de disfrutar el presente, de vivir al máximo cada minuto que quede, carpe diem hasta el culo… Sin embargo, mi experiencia tiene bien poco de eso y mucho más de doomscrolling; de hecho, si el doomscrolling se encarnara hoy, sería yo mismita. En sus memorias Laura E. James nota que su emoción primaria es el miedo, y yo comparto esa observación. La angustia, la tensión en la mandíbula y hombros, el dolor inmenso al intentar relajar un músculo; soy un animal en peligro. Este mundo no es para mí en lo absoluto y existir siempre me ha parecido una labor de Sísifo; mi primer instinto es siempre irme a la eutanasia. Sólo me frustran la falta de un método veloz y efectivo y la tristeza de abandonar a mi perro. No, no puedo apreciar la belleza que aún le queda al mundo porque voy demasiado rápido, me veo forzada a hacer más de lo que quiero y puedo, y estoy exhausta como una madre de crías en edad preescolar. Los seres vivos a mi alrededor, las responsabilidades todas me tiran de la manga, me ensucian de papilla y cátsup, me gritan mami mami, y yo no puedo devolver ese grito porque sería como mínimo de mal gusto. ¿Qué hacer cuando las circunstancias están para sacarla de quicio a una, pero el salirse de ese quicio la condenaría a una desproporcionadamente? Quiero descansar de la necesidad ajena, al menos de la que genera labor impaga. Quiero dejar de existir por unos días, retirarme a una casa a la orilla de la una playa fría y tener por única tarea terminar mis lecturas, cuidar de mí misma, escribir… Quiero tener como única misión el ser yo, el descubrir qué significa eso. Eso precisamente es lo que no pude comunicarle a mi última terapeuta cuando ella me reprochaba que “hiciera tanto” (¿era reproche? Se sentía así.) Al hacer más allá de lo mínimo para sobrevivir, me agoto, pero también me estoy buscando a mí misma, estoy intentando preservar mi individualidad como si fuera un núcleo blando que requiere de resguardo, de mimo. Estoy luchando por mantener a flote a la persona en mí, la humana, no el hombre gris. Sí, necesito descanso, pero no quiero que el trabajo y las obligaciones me conviertan en nada más que una señora de bien, conformista, sin personalidad, sin ojo crítico ni creatividad, hecha a imagen y semejanza del resto de la mercancía en el estante. ¿Quién soy? ¿Soy mis preferencias? ¿Mis opiniones políticas? ¿Mi comportamiento? ¿Mis decisiones? ¿Qué soy? Ojalá fuera un mapache de verdad. El fin del mundo llega y no sé muy bien quién soy ni qué soy ni para qué estoy aquí. A decir verdad, nunca me vi llegando tan lejos. Nunca creí que pasaría de los veinticinco y ya tengo treinta y dos, qué miedo. El agotamiento, sin embargo, me está causando problemas de memoria y empeorando mi niebla mental; estoy más herida que nunca, ¿cómo se supone que voy a resistir al mal? Perdón por tener más preguntas que respuestas…